(CATOLIN).- En un giro inesperado y tras una intensa presión pública, el Arzobispo de Canterbury y primado anglicano, Justin Welby, anunció su renuncia debido a la polémica gestión y encubrimiento de los abusos cometidos por el evangelista John Smyth, quien durante años agredió brutalmente a niños y adolescentes bajo el pretexto de “dirección espiritual”. Este caso ha puesto en el ojo del huracán a la Iglesia de Inglaterra y a su liderazgo.

Una investigación dirigida por Keith Makin reveló que aproximadamente 130 menores fueron víctimas de agresiones físicas por parte de Smyth en un campamento evangélico de verano, donde eran sometidos a brutales castigos en un cobertizo insonorizado. Las denuncias contra Smyth, que eran conocidas desde la década de los ochenta, no fueron abordadas con la seriedad necesaria. Según el informe, la oficina de Welby fue directamente responsable de los retrasos en la atención al caso, lo que permitió que los abusos se mantuvieran ocultos por casi una década.

El informe, que se publicó la semana pasada después de un retraso de más de 1,630 días, generó una respuesta inmediata y contundente de las víctimas, quienes denunciaron la falta de justicia y criticaron duramente a la Iglesia de Inglaterra por la ausencia de recursos y el encubrimiento deliberado. “La justicia retrasada es justicia denegada, especialmente para todas las víctimas de John Smyth que ya han fallecido”, declararon los afectados.

La relación de Welby con el caso Smyth

Welby, quien fue informado oficialmente del caso en 2013, enfrentó cuestionamientos sobre su posible participación y conocimiento previo de las actividades de Smyth. Aunque en varias entrevistas sostuvo que desconocía los abusos, documentos y testimonios han demostrado lo contrario, revelando contradicciones en sus declaraciones. A pesar de los indicios de encubrimiento y la falta de acción efectiva, Welby solo aceptó su responsabilidad en días recientes, aduciendo «incompetencia» en lugar de encubrimiento.

Durante una entrevista reciente con la periodista Kathy Newman, Welby admitió su falta de acción en el caso, lo cual, según afirmó, no se debió a un deseo de proteger la institución sino a fallos en su gestión. Aún así, sus declaraciones fueron insuficientes para calmar la indignación de las víctimas y de sectores de la Iglesia de Inglaterra, quienes insistieron en su dimisión.

Un clamor de justicia y cambio en la Iglesia de Inglaterra

El Reverendísimo Fergus Butler-Gallie, un clérigo anglicano, instó públicamente a Welby a renunciar, señalando el daño irreversible causado a la institución y a las víctimas. “Si no se va por amor a la institución, si no se va por amor a su gente y sacerdotes, si no se va por las víctimas… por amor a Dios, y solo por Él, váyase”, declaró Butler-Gallie en una carta abierta.

Finalmente, Welby presentó su renuncia, «habiendo buscado el amable permiso de Su Majestad el Rey», dejando un legado empañado y la expectativa de que su sucesor logre implementar un cambio cultural significativo en la Iglesia Anglicana, una institución profundamente afectada por el escándalo y la falta de rendición de cuentas en los niveles más altos de su liderazgo.