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Cardenal Cupich desata controversia al proponer un modelo «revolucionario» para el Sínodo, desafiando la estructura jerárquica de la Iglesia

-El cardenal argumentó que este enfoque es parte del llamado del Papa Francisco a «imaginar una renovación de toda la Iglesia», y destacó su potencial para traer una transformación en la toma de decisiones y las relaciones dentro de la Iglesia a todos los niveles.

Cardenal Cupich desata controversia al proponer un modelo revolucionario para el Sinodo

El Cardenal Cupich

(CATOLIN).-El Cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, a presentado una propuesta que desafía la estructura jerárquica tradicional, durante un discurso en la Universidad del Sagrado Corazón en Fairfield, Connecticut. Cupich ha propuesto emplear la metodología de «conversación en el Espíritu», utilizada en el último Sínodo sobre la Sinodalidad, como un modelo revolucionario para reformar la Iglesia, enfatizando su naturaleza igualitaria que permitiría a todos, obispos y no obispos, tener autoridad en las decisiones eclesiales.

El cardenal argumentó que este enfoque es parte del llamado del Papa Francisco a «imaginar una renovación de toda la Iglesia», y destacó su potencial para traer una transformación en la toma de decisiones y las relaciones dentro de la Iglesia a todos los niveles. Según Cupich, esta metodología, basada en el concepto de «autoridad múltiple y mutuamente enriquecedora», representa un cambio significativo en la forma en que se concibe la autoridad dentro de la Iglesia.

Durante su discurso, Cupich citó al teólogo Cardenal Avery Dulles, quien popularizó el término «modelo de la Iglesia» en su libro de 1974, como una influencia para esta propuesta. El cardenal destacó que, según esta metodología, todos los participantes en la Iglesia deben proceder desde un entendimiento común de igualdad, donde cada voz es valorada por igual.

Uno de los aspectos más controvertidos de la propuesta de Cupich es la inclusión de laicos como miembros con derecho a voto en el Sínodo, más allá del episcopado. Esto representa un cambio radical en la tradicional estructura de toma de decisiones dentro de la Iglesia, y ha generado preocupaciones entre aquellos que defienden la autoridad exclusiva de los obispos y el Papa en cuestiones doctrinales y pastorales.

El cardenal resaltó el impacto de esta metodología en el último Sínodo sobre la Sinodalidad, donde los participantes adoptaron un enfoque igualitario al referirse unos a otros por sus nombres, omitiendo cualquier referencia a títulos o jerarquías. Cupich señaló que esto refleja un cambio en la forma en que la Iglesia se relaciona consigo misma y con el mundo, promoviendo una cultura de diálogo y colaboración.

Sin embargo, estas propuestas han sido objeto de críticas por parte de algunos sectores dentro de la Iglesia, que argumentan que contradicen el dogma de la constitución jerárquica de la Iglesia, tal como se afirma en documentos del Concilio Vaticano II. En particular, se señala que la potestad suprema sobre la Iglesia universal es ejercida por el Colegio de Obispos, bajo la autoridad del Papa, y que la interpretación auténtica de la palabra de Dios está confiada únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia.

Mientras algunos ven en su propuesta un intento de promover una mayor participación y democracia dentro de la Iglesia, otros temen que pueda conducir a la confusión doctrinal y erosionar la autoridad y la unidad de la fe católica.

En contra del Magisterio de la Iglesia

Las declaraciones del cardenal Cupich demuestran claramente que estamos ante un intento de acabar con el dogma de la constitución jerárquica de la Iglesia. En una de las Constituciones dogmáticas del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, se puede leer:

«Dentro de este Colegio los Obispos, respetando fielmente el primado y preeminencia de su Cabeza, gozan de potestad propia para bien de sus propios fieles, incluso para bien de toda la Iglesia porque el Espíritu Santo consolida sin cesar su estructura orgánica y su concordia. La potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee este Colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico. No hay concilio ecuménico si no es aprobado o, al menos, aceptado como tal por el sucesor de Pedro. Y es prerrogativa del Romano Pontífice convocar estos concilios ecuménicos, presidirlos y confirmarlos. Esta misma potestad colegial puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o la acepte libremente, para que sea un verdadero acto colegial.

Los Obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cf. Lc 22, 26-27). Esta potestad que personalmente ejercen en nombre de Cristo es propia, ordinaria e inmediata, aunque su ejercicio esté regulado en definitiva por la suprema autoridad de la Iglesia y pueda ser circunscrita dentro de ciertos límites con miras a la utilidad de la Iglesia o de los fieles. En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado.

A ellos se les confía plenamente el oficio pastoral, o sea el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas, y no deben considerarse como vicarios de los Romanos Pontífices, ya que ejercen potestad propia y son, en verdad, los jefes de los pueblos que gobiernan. Así, pues, su potestad no es anulada por la potestad suprema y universal, sino que, por el contrario, es afirmada, robustecida y defendida, puesto que el Espíritu Santo mantiene indefectiblemente la forma de gobierno que Cristo Señor estableció en su Iglesia».

Y la constitución dogmática Dei Verbum afirma:

«Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, «entregándoles su propio cargo del magisterio». Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).

… el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer».



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