Los Novísimos: Realidades Últimas según la Doctrina Católica
– A lo largo del mes de noviembre, la Iglesia invita a sus fieles a reflexionar sobre estas verdades finales, animando especialmente la oración por los difuntos, una práctica profundamente enraizada en la liturgia y en el Catecismo de la Iglesia Católica.

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(CATOLIN).- El concepto de los «Novísimos» representa en la tradición católica las realidades últimas a las que se enfrenta el ser humano tras la muerte: el juicio, el cielo, el purgatorio y el infierno. A lo largo del mes de noviembre, la Iglesia invita a sus fieles a reflexionar sobre estas verdades finales, animando especialmente la oración por los difuntos, una práctica profundamente enraizada en la liturgia y en el Catecismo de la Iglesia Católica.
A continuación, profundizaremos en cada uno de estos estados del alma después de la muerte, explorando las enseñanzas de la Iglesia y los testimonios de santos y figuras prominentes del catolicismo, como San Josemaría Escrivá.
1. La Muerte y el Juicio Particular
La muerte marca el final de la vida terrena, el momento donde se cierra la posibilidad de elegir a Dios y la persona se enfrenta al juicio particular. El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa claramente: «La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo» (CIC, 1021). Este juicio individual determina el destino eterno del alma, ya sea el cielo, el purgatorio o el infierno.
San Juan de la Cruz describió el juicio particular diciendo: «A la tarde, te examinarán en el amor». La manera en que la persona vivió la caridad y el amor a Dios será la medida con la que su alma será juzgada. En palabras de San Josemaría Escrivá, la muerte es un evento que «lo arregla todo». Él señala que un verdadero cristiano debe enfrentar la muerte con serenidad, no como un final trágico, sino como un paso hacia la vida eterna: «No me hagas de la muerte una tragedia, porque no lo es. Solo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres» (Surco, 885).
2. El Cielo: La Promesa de Bienaventuranza Eterna
El cielo, como enseña el Catecismo, es la meta última y la plenitud de las aspiraciones más profundas del ser humano, un «estado supremo y definitivo de dicha» (CIC, 1024). La vida en el cielo es vivir en comunión perfecta con Dios, en un amor y gozo inalterables junto a los ángeles y santos. En la Biblia, San Pablo describe el cielo con gran misterio: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Corintios 2, 9).
Para San Josemaría, la eternidad en el cielo representa el «para siempre» que anhela el corazón humano. Él compara los bienes de la tierra, fugaces y limitados, con la riqueza infinita del amor de Dios: «Un gran Amor te espera en el cielo… ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia…!» (Forja, 995). Así, el cielo se vislumbra no solo como una recompensa, sino como una comunión plena con el Creador.
3. El Purgatorio: Una Purificación Final
El purgatorio es descrito como un estado de purificación para aquellas almas que, aunque en amistad con Dios, no alcanzaron la plena santidad. Este proceso de purificación, señala la Iglesia, es una muestra de la misericordia de Dios, que permite que el alma se purifique antes de alcanzar la visión beatífica. La Escritura alude a esta práctica en el libro de los Macabeos, donde se encomiendan oraciones por los difuntos «para que quedaran liberados del pecado» (2 M 12, 46).
La Iglesia ha enseñado, desde los primeros tiempos, la importancia de ofrecer sufragios y oraciones por las almas del purgatorio, una tradición que se refuerza en noviembre. San Josemaría ve el purgatorio como una gracia de Dios: «El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con Él» (Surco, 889). Así, las oraciones por los difuntos son no solo un deber, sino un acto de amor hacia las almas que se encuentran en este estado transitorio.
4. El Infierno: Separación Eterna de Dios
El infierno es la consecuencia de una libre elección de rechazar el amor y la misericordia de Dios. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno como un estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios, donde el alma se enfrenta a «la separación eterna de Dios» (CIC, 1033). Jesús alude a esta realidad en el Evangelio cuando menciona el «fuego eterno» reservado para quienes, hasta el final, rehúsan la conversión y la fe (Mateo 25, 41).
El Catecismo enseña que el infierno no es tanto un «castigo impuesto», sino una consecuencia de la libertad humana. San Josemaría exhorta a no desestimar el infierno, recordando que evitar hablar de esta realidad no elimina su existencia: «El infierno está lleno de bocas cerradas» (Amigos de Dios, 161). Además, sugiere que el verdadero cristiano busca la salvación de todos y no se queda indiferente ante la posibilidad de que otros se pierdan.
5. El Juicio Final: La Segunda Venida de Cristo
La Iglesia enseña que, al final de los tiempos, todos los muertos resucitarán y comparecerán ante Cristo en el juicio final, en el que se revelará el destino último de la humanidad. En este juicio, «los justos resucitarán para la vida y los que hicieron el mal, para la condenación» (Juan 5, 28-29). El Catecismo indica que solo el Padre conoce el momento de este juicio, y que en ese instante comprenderemos el sentido de toda la historia y la obra de Dios (CIC, 1038-1039).
San Josemaría, al reflexionar sobre el juicio final, ofrece una perspectiva consoladora para quienes buscan a Dios: «Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!» (Surco, 880). Este juicio final, entonces, es también una invitación a la conversión constante, a vivir cada día como preparación para el encuentro definitivo con Dios.

CEO de CATOLIN, Lic. en comunicación por la Universidad Anáhuac Veracruz Campus Xalapa, Mtro. en Mercadotecnia por la Universidad de Xalapa, Fotógrafo y rapero católico.