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Hoy celebramos a los Santos Francisco y Jacinta Marto, pastorcitos de Fátima

– El Papa Juan Pablo II los beatifico el 13 de mayo del año 2000 y el Papa Francisco los canonizo el 13 de mayo de 2017, durante las celebraciones del centésimo aniversario de las apariciones de la Virgen de Fátima.

Hoy la celebramos a Santos Francisco y Jacinta Marto pastorcitos de Fatima

San Francisco y Santa Jacinta

(CATOLIN).- Hoy, 20 de febrero, la Iglesia Católica conmemora la vida y legado de dos pequeños, pero extraordinarios santos: San Francisco y Santa Jacinta Marto, conocidos como los pastorcitos de Fátima. En este día, recordamos su historia de humildad, sacrificio y devoción, que dejó una profunda impresión en el mundo y sigue inspirando a millones de personas.

Nacidos en el pintoresco pueblo de Aljustrel, a poca distancia de Fátima en Portugal, Francisco vio la luz en 1908 y Jacinta dos años más tarde. Desde temprana edad, los hermanos Marto compartieron un vínculo especial, cuidándose mutuamente y acompañando a su prima Lucía dos Santos, quien les transmitió enseñanzas sobre Jesús.

Su vida transcurría entre el trabajo pastoril, esencial para el sustento de sus familias empobrecidas, y momentos de juego y oración. Fue durante uno de estos días ordinarios que la Virgen María se les apareció, instándoles a rezar y hacer sacrificios por la conversión de los pecadores, un mensaje que transformaría sus vidas y el curso de la historia.

«Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas».

Tras las apariciones en la Cova de Iría del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, los corazones de los tres niños fueron puestos a prueba. Soportaron calumnias, injurias e incluso la cárcel con valentía y fe inquebrantable. A pesar de las adversidades, mantenían una confianza absoluta en Dios, diciendo: «Si nos matan, no importa; vamos al cielo».

Después de las apariciones, Francisco, Jacinta y Lucía retomaron su vida cotidiana, pero con un compromiso renovado con la fe y la oración. A pesar de su corta edad, su espiritualidad y sacrificio eran notables.

Francisco, consciente de que partiría pronto a la casa del Padre, pues así se lo había anunciado la Virgen, se entró a la oración para consolar a Dios. Francisco, solía decirle a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús escondido”. Ese día, a la salida de la escuela, las niñas lo encontraban siempre en el templo donde rezaba lo más cerca posible del Tabernáculo.

En otro momento se cuenta otro momento consolador con Lucía, cuando está le pregunta: «Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?». A lo que él respondió: «Yo prefiero consolar al Señor… ¿no viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor». Y agregó: «Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora».

mientras que Jacinta deseaba participar en la Eucaristía con frecuencia y ofrecía sus sufrimientos por la conversión de los pecadores y las ofensas que recibía Jesús sacramentado: «Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús».
Su devoción y conexión con lo divino se manifestaron en visiones y revelaciones, que impactaron profundamente a quienes las conocieron. En una ocasión narro una de estas visiones sobre los sufrimientos del Sumo Pontífice: «Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas”.

Los niños siempre tenían presente al Papa en sus oraciones y solían ofrecer tres Avemarías por él después de cada Rosario.

Otro testimonio impactante atribuido a la intercesión en vida de Jacinta fue la solicitud de una madre de familia, quien le rogó para que rezara por su hijo quien había huido de casa tal hijo prodigo. Pasando los días, sorpresivamente el joven regresó y al igual que el hijo prodigo, pidió perdón de sus actos, después contó a su familia que una vez malgastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, algo inexplicable le tocó el corazón y se decidió a alejarse de todos y de todo. Corriendo una noche hacia el bosque para pensar, sintió que su vida estaba arruinada, se arrodilló llorando y rezó. Momento después, tuvo una visión: Jacinta estaba frente a él, lo tomó de la mano y lo condujo hasta un sendero, siendo este el momento que marcó su retorno a casa.

Una vez que la historia se hizo popular en el pueblo, alguien pregunto directamente a la Santa si se había encontrado con aquel muchacho, a lo que ella respondió no solo respondió negativamente, sino que también negó conocerlo. Lo que sí admitió fue haber orando y rogando a la Virgen para que regrese a su hogar como se lo había pedido aquella madre desecha.

La enfermedad pronto tocó las vidas de los hermanos Marto. Francisco falleció el 4 de abril de 1919, y Jacinta, tras sufrir intensamente, partió al cielo el 20 de febrero de 1920, con tan solo diez años. Sus últimos mensajes, cargados de sabiduría y amor por Dios, resuenan aún hoy: «Haced penitencia», «No hablar mal de nadie», «Tener paciencia».

MUERTE DE FRANCISCO

Jacinta y Francisco enfermaron gravemente de bronconeumonía el 23 de diciembre de 1918, una epidemia que asoló muchas partes de Europa.

Frente su continuó deterior, Francisco, pidió recibir la Primera Comunión, para la que se preparó con gran fervor y aún enfermo guardó el ayuno con diligencia y se confesó.

Francisco le dijó a Lucía y Jacinta. “Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919, el niño partió a la casa del Padre.

MUERTE DE JACINTA

La muerte de Francisco trajo mucho dolor a su hermana Jacinta. Al mismo tiempo su enfermedad se complicaba hasta ser llevada al hospital de Vila Nova. Una ocasión le dijo a su prima: «Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María».

Al no presentar mejoría fue trasladada al hospital de Lisboa, pero antes de partir le dijo a su prima lucia: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios le confió a Ella”.

Durante la intervención quirúrgica en el hospital se le retiraron dos castillas del lado izquierdo. En ese lugar se quedo gravado una llaga ancha del tamaño de una mano, lo que le provoco dolores intensos. El sufrimiento no fue impedimento para que Jacinta invocara a la virgen y le ofreciera sus dolores por la salvación de los pecadores.

A los diez años, Jacinta partió a la casa del Padre, un 20 de febrero de 1920, después de haberse confesado y comulgado.

Su madrina alcanzó a escribir algunas de sus últimas palabras: “Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne. Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer penitencias para que se detengan”. “No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal” “Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo”.

CAMINO A LOS ALTARES

Los restos de Francisco y Jacinta se trasladaron al Santuario de Fátima. Tiempo después fueron exhumados.

Abierto el sepulcro de Francisco, se apreció el rosario con que el que fue enterrado, enredado entre sus dedos a la altura del pecho.

Quince años después tocaría el turno al cuerpo de Jacinta, este fue hallado incorrupto.

El Papa Juan Pablo II los beatifico el 13 de mayo del año 2000 y el Papa Francisco los canonizo el 13 de mayo de 2017, durante las celebraciones del centésimo aniversario de las apariciones de la Virgen de Fátima.

Desde Católico Informado pedimos la intercesión de Francisco y Jacinta



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