(CATOLIN). – El obispo de Limburgo y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Georg Bätzing, ha provocado indignación dentro y fuera de la Iglesia tras unas recientes declaraciones en las que mostró abiertamente su respaldo a la actual ley alemana sobre el aborto y a la jurista Frauke Brosius‑Gersdorf, cuya candidatura al Tribunal Constitucional fue rechazada por diputados conservadores debido a su postura radicalmente abortista.

En una entrevista concedida al diario Augsburger Allgemeine, Bätzing lamentó el «daño» causado a Brosius‑Gersdorf por la controversia y se negó a sumarse a las críticas expresadas por otros obispos alemanes. Rudolf Voderholzer, Stefan Oster y Herwig Gössl (quien más tarde se retractó) habían mostrado su rechazo a la candidatura de la profesora, conocida por sostener públicamente que la dignidad humana no existe antes del nacimiento.

En un dictamen jurídico y durante su comparecencia en el Bundestag, Brosius‑Gersdorf afirmó que «la suposición de que la dignidad humana existe allí donde hay vida humana es un error biológico‑naturalista» y que «la garantía plena de la dignidad humana solo se aplica desde el nacimiento». Además, defendió que la dignidad humana y la protección de la vida son «conceptos jurídicamente desvinculados».

Frente a estas posturas, Bätzing salió en su defensa y describió la regulación actual sobre el aborto en Alemania (§ 218a del Código Penal), que permite abortar bajo determinadas condiciones sin sanción penal, como un «equilibrio inteligente» entre los derechos de la madre y la protección de la vida no nacida.

El obispo de Limburgo también arremetió contra la AfD, acusando a este partido de instrumentalizar el debate sobre la protección de la vida con fines etnonacionalistas. «No quiero darle a la AfD un foro ni contribuir a la división», afirmó.

Finalmente, Bätzing consideró que la elección de Brosius‑Gersdorf como jueza constitucional es «una cuestión personal que debe resolver la política» y rechazó el enfrentamiento abierto entre sectores conservadores y progresistas en la Iglesia calificándolo de Kulturkampf (guerra cultural). «No necesitamos esta guerra cultural. Hay demasiados que se benefician de ella», sentenció el prelado.