(CATOLIN).- Un reciente anuncio del King’s College London confirmó el inicio de un ensayo clínico —denominado Pathways Trial— que incluirá a unos 226 menores de entre 10 y 15 años con confusión de identidad de género para recibir bloqueadores de pubertad, tratamientos diseñados para detener temporalmente los cambios biológicos propios de la adolescencia.

La iniciativa, dada a conocer el 29 de noviembre, pretende generar nueva evidencia sobre los efectos a largo plazo de la supresión de la pubertad en menores con discrepancia de género, mediante evaluaciones médicas y psicológicas que se extenderán durante varios años. Entre los riesgos señalados por estudios previos se encuentran posibles afectaciones a la fertilidad, la densidad ósea y el desarrollo neurológico.

El proyecto ha generado críticas en diversos sectores. Especialistas en salud y ética advierten que aún es difícil prever por completo las consecuencias físicas y mentales de interrumpir el desarrollo natural en niños y adolescentes. Subrayan que un tratamiento con efectos duraderos podría comprometer aspectos esenciales de su salud, especialmente la fortaleza ósea, la capacidad reproductiva y procesos vinculados a la maduración cerebral.

A estas preocupaciones se suma un intenso debate ético: muchos cuestionan la pertinencia de aplicar intervenciones hormonales de impacto significativo en menores cuya madurez física y emocional todavía no está consolidada, aun cuando exista consentimiento de padres o tutores.

Desde la enseñanza de la Iglesia Católica, la vida humana posee un valor inviolable y toda intervención médica debe respetar la dignidad integral de la persona. En este contexto, la administración de bloqueadores de pubertad a menores con incongruencia de género plantea graves objeciones morales, pues implica modificar de manera deliberada el desarrollo natural del cuerpo. De acuerdo con la doctrina, esto se considera contrario al respeto debido a la integridad corporal y a la vocación de aceptar la naturaleza recibida.

Por ello, numerosos creyentes sostienen que, en estos casos, lo adecuado es brindar acompañamiento, apoyo psicológico o pastoral, y protección de la integridad del menor, en lugar de aplicar tratamientos hormonales que puedan marcar su vida de forma irreversible.