La Iglesia celebra el Dulce Nombre de María: historia, fe y devoción
– Una conmemoración que une tradición bíblica, testimonio de santos y episodios clave en la historia de la Cristiandad

María, San Joaquín y Santa Anna
(CATOLIN).- Cada 12 de septiembre, la Iglesia Católica celebra el Santísimo Nombre de María, una fiesta que pone de relieve la centralidad de la Madre de Dios en la vida de la Iglesia y en la historia de la salvación. No se trata de una devoción secundaria, sino de una memoria litúrgica cargada de simbolismo, historia y espiritualidad, que ha acompañado a generaciones de creyentes en su amor filial hacia la Virgen.
El Evangelio de San Lucas narra en la escena de la Anunciación: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios… el nombre de la virgen era María” (Lc 1,26-27). Desde el principio, la Iglesia contempló este nombre como signo de gracia y esperanza. San Jerónimo señaló que en lengua siríaca significa “Señora”, y los santos lo explicaron como expresión de dignidad y salvación. San Ambrosio lo llamó “bálsamo lleno de celestial fragancia”, San Germán de Constantinopla afirmó que pronunciarlo con frecuencia es señal de vida en la gracia, y San Bernardo recomendaba invocarlo siempre unido al de Jesús como protección segura contra la tentación.
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que “el nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona” (nn. 2158-2159). Si todo nombre humano exige respeto, con mayor razón los cristianos están llamados a venerar los nombres santos de Jesús y de María. Benedicto XVI lo expresó en una homilía del 2009: en María, siempre unida a su Hijo, los fieles encuentran la bondad de Dios que alumbra las tinieblas del mundo y fortalece la esperanza.
Una devoción con hondas raíces históricas
El culto al Nombre de María surgió en la Iglesia primitiva y fue propagado en el siglo XV por San Bernardino de Siena. En 1513 se celebró por primera vez de manera oficial en Cuenca, España, y más tarde fue difundido con gran fervor por San Simón de Rojas, conocido como el “Padre Ave María”, fundador de la Congregación de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María, dedicada al servicio de pobres y enfermos.
Gracias a la influencia de órdenes religiosas y de la monarquía española, la devoción se extendió a diversas diócesis en España y América: Sevilla, Lima, León de Nicaragua, Cartagena de Indias, Panamá, Puerto Rico, Arequipa y Santiago de Cuba. En 1671, el Papa autorizó que se celebrara en todos los reinos de España y concedió indulgencia plenaria a los fieles que participaran en la misa de la fiesta.
Pero el gran impulso universal llegó en 1683. Ese año, el Papa Inocencio XI, miembro de la Orden Trinitaria, instituyó la fiesta para toda la Iglesia como acción de gracias por la victoria cristiana en Viena frente al Imperio otomano. La batalla, una de las más decisivas de la historia de Europa, fue liderada por el rey polaco Juan III Sobieski, quien, alentado espiritualmente por el capuchino Marco D’Aviano, logró derrotar a un ejército turco que doblaba en número al cristiano. La victoria fue interpretada como fruto de la protección de la Virgen María. Desde entonces, el 12 de septiembre quedó fijado como la fiesta universal del Dulce Nombre de María.
Aunque la reforma litúrgica de 1969 la había suprimido, por el deformador Annibale Bugnini, al considerarse incluida en la Natividad de la Virgen (8 de septiembre), San Juan Pablo II restituyó la memoria en 2002, consciente de la importancia espiritual y también histórica que esta advocación tenía para la Iglesia y para su patria, Polonia.
El poder espiritual de invocar a María
A lo largo de los siglos, santos y místicos han testimoniado el poder del nombre de María. Santa Brígida relató que la Virgen le aseguró que ningún pecador que invoque su nombre con sincero propósito de conversión quedará sin ayuda, pues incluso los demonios tiemblan al escucharlo. San Efrén lo describió como “la llave del cielo”, y Tomás de Kempis exhortaba a los fieles a acudir siempre a María en todas las circunstancias de la vida: en la alegría, en el dolor, en la oración y en la búsqueda de Cristo.
San Alfonso María de Ligorio resumió esta tradición afirmando que el nombre de María es dulzura para los devotos durante la vida y consuelo seguro en la hora de la muerte.
La oración de la Iglesia
En la liturgia propia del día, la Iglesia eleva a Dios súplicas confiadas bajo la protección de María. Un himno de la Liturgia de las Horas expresa con poesía esta certeza:
“Tú eres la Señora, el hermoso valle,
que florece con los lirios de la virtud;
en ti está la fuente de todo bien,
así que acude en ayuda de los atormentados.
¡Oh María! Y fortalece la fe”.
La fiesta del Dulce Nombre de María no es solamente un recuerdo histórico, sino una invitación viva a los cristianos de todos los tiempos: mantener siempre en los labios y en el corazón el nombre de aquella que, con su “sí” a Dios, se convirtió en Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.

CEO de CATOLIN, Lic. en comunicación por la Universidad Anáhuac Veracruz Campus Xalapa, Mtro. en Mercadotecnia por la Universidad de Xalapa, Fotógrafo y rapero católico.




