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Mártir del amor
Xalapa, Ver. 15 Sep 20. 15:00 hrs.

Jareny Alejandra Ortega
Estudiante de Odontología, Productora y conductora de "Un Café Con Tres de Fe"...
El día de ayer celebramos la exaltación de
la Cruz de Cristo, que es instrumento de salvación de toda la humanidad. Hoy
recordamos los dolores de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, que nos fue
dada en los últimos momentos de la Pasión dolorosa de nuestro Redentor.
Quizá sea la pequeñez y la discreción con
la que vivió esta gran Mujer, lo que en ocasiones nos impide meditar en la
grandeza de su dolor, pero hoy quiero invitarte a detenerte un momento para
tomar en consideración el profundo y amargo dolor de nuestra Señora.
Permaneciendo María junto a la Cruz, cooperó
de una manera especial en la obra salvífica, sufriendo con su Hijo a quien
tanto amaba. Fue al pie de la Cruz, que se cumplió la profecía del anciano
Simeón, de que el Corazón de Aquella Madre sería traspasado (Lc 2, 35), porque
todos los dolores que vivió Jesús en su cuerpo, los guardó María en su Corazón. Desde el Cenáculo hasta la Resurrección, la comunicación que había entre el
alma de la Madre y la del Hijo era íntima y constante.
La beata Concepción Cabrera de Armida
decía, de aquella amorosa Madre: “A ti no te martirizaron los instrumentos de
la Pasión, te martirizó el amor. Sin clavos y sin cruz estabas crucificada”.
¡María es una verdadera mártir! Mártir del amor, que abrazó la Cruz por amor a
la voluntad de Dios.
A lo largo de la historia de la Iglesia,
han existido muchos mártires, pero ninguno ha padecido como María, porque ellos
sufrieron en el cuerpo, pero nuestra Madre sufrió en el alma. Mientras mayor era
el amor de los mártires a Jesucristo, menores eran sus dolores, porque estaban
gustosos de perder su vida por Él. Para María fue al revés, ya que su intenso
amor a Dios provocó en Ella mayor dolor. En nosotros pasa lo mismo, cuando
amamos a alguien, nos duele ver el sufrimiento de esa persona, y el dolor
aumenta con el amor que tenemos, no nos compadecemos de la misma forma de un
extraño que de un ser querido.
Ahora imagina cómo sufría Aquella Madre
dolorosa, al ver las injurias y las penas que provocaban a su Hijo, despojado
de sus vestiduras, coronado de espinas y lleno de azotes en su delicado cuerpo.
Cualquier madre, preferiría padecer mil tormentos, antes de que los padeciera
alguno de sus hijos, y así lo quería María, pero una vez más, abrazó el querer de
Dios, yendo a sacrificarse también al Calvario, caminando detrás de su Amado,
para ser crucificada con Él.
Estuvo ahí, la dulce Madre, tan silenciosa
y tan afligida, presenciando la muerte tan cruel de su Hijo inocente,
compadeciéndose de sus dolores y olvidándose de los propios. Sintiendo en su
Corazón los clavos que atravesaron a Cristo y viendo cómo Él padecía, de verla
padecer a Ella, ambos sufrían, pero ninguno reprochaba. Estaban unidos por el
mismo amor y atravesados por el mismo dolor.
Miles de años han pasado desde que ocurrió
este hecho, pero los Corazones de Jesús y de María siguen siendo lastimados. Y
nosotros ¿qué estamos haciendo para aliviar sus sufrimientos? Al menos estemos
dispuestos a no hacerlos sufrir más con nuestros pecados.
Agradezcamos hoy a María ese infinito amor que demostró junto a la Cruz,
meditemos y compadezcámonos de sus dolores, regalémosle flores y quedémonos con
las espinas.
Si el día de hoy, querido lector, tú
también estás sufriendo, te invito a poner tu mirada en la Cruz de Cristo que
tanto padeció por ti y por mí, y mira también a Aquella Madre, que es la reina
de dolor. Recuerda que, como decía la beata anteriormente citada, “María, la
más amada de Dios, también es la más crucificada”. Y esto nos demuestra que el dolor, no
es símbolo de abandono de Dios, es una muestra de amor, de que Cristo quiere
compartir sus sentimientos con nosotros.
Ya sea en el Tabor o en el Calvario, estemos
dispuestos a HACER LO QUE CRISTO NOS DIGA.
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