Plumas de Fe > Nada más que tú, Señor > 2020
¡ÁNIMO! SOY YO, NO TEMAN
La palabra de Dios es eterna y siempre nueva,
actualiza su mensaje para cada generación y permanece con más firmeza que
cualquier obra creada en el universo.
Xalapa, Ver. 28 Mar 20. 18:50 hrs.
La vida pública de Jesucristo narrada en
los evangelios representa el punto culmen de la revelación divina en toda la
historia de salvación, debido a que en su persona y ministerio se cumplen tres
elementos relativos a la temporalidad de los hechos que confirman su eternidad:
1) Se cumplen las prefiguraciones develadas al pueblo de Israel, 2) Se trata de
acontecimientos históricos altamente comprobables, y 3) Su mensaje se actualiza
en cada época para descifrarse a todas las generaciones. En otras palabras, en
Cristo se cumplen las promesas del pasado, ocurrieron hechos que tuvieron un
presente y se nos instruye a nosotros después de más de dos mil años de su
encarnación. Es por esto que nuestra Iglesia nos recuerda continuamente el lema
“Cristo ayer, hoy y siempre”.
San Pedro apóstol nos ofrece una manifestación
auténtica de fe que resume de forma clara lo que hemos dicho anteriormente:
“Señor ¿a quién iremos? TÚ TIENES
PALABRAS DE VIDA ETERNA” (Jn 6, 68), e incluso el mismo Jesús lo reconoce
en su labor mesiánica cuando proclama: “No he venido para abolir la ley o los
profetas, SINO PARA DARLES PLENITUD”
(Mt 5, 17) y “Pasarán el cielo y la tierra, pero MIS PALABRAS NUNCA PASARÁN” (Mt 24, 35).
Ahora bien, es mi intención reflexionar
acerca de dos pasajes del evangelio que guardan una íntima relación entre sí, y
que sobretodo, tienen una lección muy importante que darnos en estos momentos
de preocupación y confusión como sociedad, ya que la palabra de Dios es eterna
y siempre nueva, se actualiza para cada generación y permanece con más firmeza
que cualquier obra creada en el universo.
Jesús
camina sobre el mar
Después de que diera de comer a cinco mil
hombres en la multiplicación de los panes, Cristo ordenó a sus discípulos que
se embarcaran hacia la otra orilla del mar de Galilea, mientras Él despedía a
la gente. En tanto ellos esperaban en la barca, su maestro subió al monte para
orar hasta el anochecer. Más tarde, un fuerte viento soplaba sobre las aguas,
ocasionando que las olas golpearan duramente el bote de los discípulos. Ellos
se atemorizaron, pero Jesús no los dejó solos, sino que vino caminando sobre
las aguas hasta donde ellos estaban. (Cfr. Mc 6, 45-52)
Quisiera tomar algunos puntos clave de esta
narración evangélica para después confrontarlos con otro acontecimiento de la
vida pública de Cristo:
1)
Después de un milagro
extraordinario (la multiplicación de los panes), Jesús desea ir con sus
discípulos a un lugar apartado.
2)
Subiendo una montaña, Jesús se
retira, mientras ellos se encuentran en el medio del mar.
3)
Las circunstancias los
atemorizan y pareciera que Jesús se encuentra lejano de ellos
4)
Después de la fatiga, Cristo se
aparece caminando sobre el agua, cesando los vientos y diciéndoles “¡Ánimo! Soy
Yo, no teman” (Mc 6, 50)
Jesús
asciende a los cielos
Después de que resucitara de entre los
muertos y se apareciera durante cuarenta días, Cristo ordenó a sus discípulos que
fueran con Él a la montaña, en donde pronuncio sus últimas palabras sobre la
tierra, para después ser elevado al cielo y sentarse a la diestra de Dios
Padre.
Marquemos ahora los puntos clave de este
acontecimiento y confrontémoslos con los anteriormente señalados:
1)
Después de un milagro
extraordinario (la resurrección), Jesús desea ir con sus discípulos a un lugar
apartado.
2)
Subiendo una montaña, Jesús se
retira a los cielos, mientras ellos lo contemplaban fijamente desde abajo.
3)
Las circunstancias comienzan a
cambiar, pues pareciera que Jesús ya no los acompañaría más.
4)
Después de que regresaran a
Jerusalén, “el Señor los asistía y confirmaba su prédica con señales
milagrosas” (Mc 16, 20), ya que Él mismo les prometió “YO ESTARÉ CON USTEDES TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN DEL MUNDO” (Mt
28, 20)
Jesús
consuela y da valor a todo aquel que lo necesita
La palabra de Dios es eterna y siempre
nueva, su mensaje se transmite de generación en generación y nos habla directo
al corazón aún en nuestros días. Si Cristo vino de lo alto de la montaña para
socorrer a sus discípulos y salvarlos de la tempestad ¿qué no hará por nosotros
que somos sus hijos? Si aún después de ascender a los cielos asistió
portentosamente a todos los que predicaban la Buena Nueva ¿acaso no nos
visitará también en nuestras luchas? Si “el Señor es nuestra luz y nuestra
salvación ¿a quién temeremos?” (Salmo 27, 1) Si “Dios está de nuestra parte
¿quién estará en nuestra contra?” (Rom 8, 31).
Ante los momentos de confusión y
desconsuelo que vive nuestro mundo, tenemos la firme convicción de que Cristo
no nos abandona, que su palabra se actualiza ante cualquier circunstancia y que
sus promesas son vigentes aún con el paso de los años. El Dios amor viene desde
el cielo para morar en nuestros corazones siempre que nosotros lo clamamos
(Cfr. Jn 14, 23), por eso nunca perdemos la esperanza. Él es nuestro salvador y
divino consuelo, que nos repite hoy las palabras reveladas a la Beata Conchita
Cabrera: “Te amo, y por eso vengo a ti, que en vano lucharás con los vientos de
tus pasiones si Yo no estoy a tu lado. […] Yo sereno las tempestades de los
corazones que vienen a buscarme, que me abren sus puertas, que son míos. No
tiembles, no temas, que soy el amable Jesús. Ten fe”
¡Ánimo!
Cristo está contigo, no temas.
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